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El cerebro arquitectónico se dedica a la supervivencia del arquitecto como especie y logra su objetivo minimizando la innovación, pero no suprimiéndola por completo. Si el principio básico de todas las redes es la redundancia, la mayor parte del discurso arquitectónico es polémicamente redundante. Nuestra disciplina es un sistema tan defensivo como podamos imaginar. Ha sido calculado para ralentizar las cosas y distribuir recursos de manera uniforme para minimizar los eventos importantes
Mark Wigley, El cerebro arquitectónico